Una vez más a los argentinos nos invade una crisis, que además de económica es política y humana.

por: Silvio Javier Arias - Prof. en Ciencia Política
10/09/2018 08:45

 

El gobierno nacional ha entregado el manejo de nuestras cuentas e intereses, a otras cuentas e intereses, que por supuesto no son los nuestros. La incapacidad para el manejo de la cosa pública, se ha cobrado la vida de nuestra soberanía nacional, alimentaria y económica. El eco del “esto ya lo vivimos” retumba con la fuerza de las catástrofes que se avecinan, y no se pueden evitar.

La masa del pueblo -ese que no dispone de los medios para expresar su malestar, salvo que la tragedia los ponga en primera plana-, asiste resignada a contemplar como sus vidas se llenan de pobreza, de necesidades, de olvidos, de injusticias, de mentiras disfrazadas de verdad, vacías de soluciones que la aparten de la miseria humana a la cual la han condenado “los que saben, los dueños del poder y del destino”.  

Una vez más nos preguntamos ¿que hicimos mal, porque estamos como estamos?  Porque elegimos mal, elegimos con odio, elegimos por descarte, elegimos sin responsabilidad ciudadana y después… después padecemos las consecuencias, porque en este mundo nada es gratis. Hemos aprendido a vivir con la certeza de la incertidumbre, lo único palpable y terriblemente real… el no saber qué va a pasar.

Sin embargo, “los que saben, los dueños del poder y del destino”siempre han tenido la llave para evitar las catástrofes, una de ellas es la educación. Esa educación que transforma realmente la vida de las personas, liberándolas de la dependencia impuesta por los egoístas, los explotadores, los mentirosos. Un pueblo educado sabe lo que quiere y elige en consecuencia, un pueblo educado exige, reclama, impone… y todo ello no es un buen negocio para los abanderados del “no te metas y el sálvese quien pueda”. Si antes los queríamos fanáticos, calladitos e ignorantes, ahora los queremos engañados por el marketing político, simulando que estamos mejor, cuando en realidad estamos cada vez peor.

La decadencia moral de un sector de la dirigencia política nacional es tal, que alguien puede llegar a manifestar sin tapujos que “la crisis le genera adrenalina”, mientras millones de compatriotas padecen las consecuencias de esa perversa “euforia de clase”, más próxima a los deleites de un régimen absolutista, que a la convivencia armónica de una sociedad democrática.

En éste país, dónde el justicialismo hizo realidad el ascenso social mediante la educación, el trabajo digno y los derechos sociales hace setenta años atrás, hoy te dicen sin vergüenza que si naciste pobre no podes ir a una universidad pública o vivir mejor… porque si naciste pobre, te tenés que morir pobre, condenándote a un aniquilamiento social sin anestesia. Ellos generan la violencia con sus dichos y hechos, para después inventar relatos desestabilizadores en los cuales invierten la carga de la prueba, con el único fin de no hacerse jamás cargo de sus errores.

Si nosotros no entendemos lo que nos pasa, el mundo menos. Un país extremadamente rico, inexplorado aún en sus potencialidades de desarrollo, pero empobrecido por obra y gracia de una dirigencia política obtusa, encerrada en su mirada sectaria y excluyente, incapaz de imaginar escenarios nacionales superadores, con un crecimiento integral, económico y humano, posicionado en el siglo XXI.  

Una vez más estamos huérfanos de todo, de sueños, de realidades inclusivas, de futuros posibles, de presentes felices, de salud, de trabajo, de seguridad, de educación, de viviendas dignas… los argentinos estamos desamparados, librados a la buena de Dios… porque sólo él nos escucha, nos brinda la paz necesaria para poder imaginar un mundo mejor.

Al menos por ahora nos queda la fe para transitar con fortaleza lo que vendrá. La fe no cotiza en bolsa, no es pasible de “tarifazos” para su uso, no se subsidia, no se quita… solo se tiene en un fuero íntimo y posible, como reserva espiritual para enfrentar las adversidades cotidianas… porque la fe siempre ha sido el refugio de los humildes y desamparados, frente a la soberbia de los poderosos.    

Hemos sido víctimas de chorros e ineficaces, de irresponsables y cínicos, de vendedores de humo y psicópatas, pero… la culpa no la tiene el chancho sino quién le da de comer. Para la próxima vez habrá que elegir muy bien al chancho, conocerlo mejor, saber que piensa, porque quiere lo que quiere y para qué. Se avecina la hora de los pueblos (el pueblo somos todos), quienes hartos de tanta vulgaridad, sentarán las bases de un presente y futuro mejor para todos, más humano, más democrático, menos mentiroso e injusto.


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